En el imaginario español tan propenso a la literatura y a la creatividad existen pájaros de todas clases. Los pájaros de mal agüero siembran el futuro con todo tipo de acechanzas. Y cuando hay junta de pájaros, el agua es segura. El viernes tres de diciembre, cuando miles de españoles comenzaban el puente de la Constitución tuvieron de pronto pájaros en la cabeza, oyeron ruido de pájaros y los pajaritos de arriba acabaron cagándose sobre los de abajo, porque pensaron que más vale pájaro en mano que ciento volando. Y es que a cada pajarillo agrada su nidillo y no se quieren perder privilegios de la noche a la mañana.
Fue de la tarde a la noche cuando se cerró el espacio aéreo porque Hitchcock rodaba sus pájaros. Todos los pájaros enfermaron de una extraña enfermedad llamada cara dura y surgieron del frío para echar un pulso al gobierno. Hacía tiempo que se habían convertido en una casta de intocables. Pero ya se sabe que siempre hay alguien por encima de un intocable: el que otorga el certificado de intocabilidad. Con ese certificado ellos pensaron que podían pasar de pajarillos a pájaros de cuentas, llamados popularmente tocapelotas. Presintieron la debilidad del gobierno acosado por la crudeza de los ataques a la deuda pública soberana y dijeron: vamos a meter a todos los pájaros en la jaula, es el momento.
No calcularon bien que este acto quizá había sido el esperado por el gobierno que, desde hacía tiempo, quería matar dos o dos mil pájaros de un tiro. El tiro se dio el sábado día cuatro con el decreto de alarma. Fue un tiro incruento y muy simbólico, que es el tiro de gracia que más duele; un tiro de gracia, todo sea dicho, con algunas estrellas en la bocamanga. ¡Ah las estrellas, qué bonitas en la Navidad! Y todos los pájaros quedaron como pajaritos.
Tanto el PP como el PSOE en sus años de gobierno habían mirado para otro lado a los pájaros. Como Caballero Bonald, toda la noche oyeron pájaros y nada hicieron. Quizá por miedo a la película de Hitchcock. Se había extendido vox populi la idea de que los controladores eran los únicos que podían hacer caer a un gobierno y llevados de sus ínfulas de pajarracos trataron de llevarlo a cabo a través de una táctica del palo y la zanahoria. Mientras abandonaban sus puestos de trabajo (el palo) afirmaban que estaban todos enfermos (la zanahoria). Una zanahoria llena de ansiedades y victimismo con la amenaza de futuras tragedias en el aire de las que pretendían salir victoriosos.
No entro en el asunto de los emolumentos, las soldadas o los estipendios porque no quiero hacer leña del pájaro caído del nido, pero el Gobierno aprovechó que el pájaro que vuela, a la cazuela, y lograron cortarle las alas con la única vía que tienen todos los gobiernos: la estaca.
El compositor francés Olivier Messiaen decía que la sinfonía que más le gustaba era la de los pájaros. Ahora toca componer la sinfonía de los pájaros que han ensuciado el nido y son considerados mal nacidos. Pero un servidor no le ve buena música a este pájaro que tiene ganas de volar.
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