Mar gruesa. Caníbales de mercadillo

El canibalismo es un arte antiguo y bastante refinado Ya en Atapuerca se practicaba un canibalismo ritual y Goya, en la Quinta del Sordo, decoró el comedor y el salón con la imagen de Saturno devorando a sus hijos. Hay una literatura caníbal y unos mercados insaciables que devoran seres humanos humillados en la cuneta del desempleo, en la ignominia de los comedores sociales y en la desbandada del sálvese quien pueda. Al silbato de “Váyase, señor Zapatero”, la oposición está inyectando el virus de que ZP es el culpable de todos los males del país. Hay una responsabilidad gubernamental que nadie ignora por haber llegado tarde a reconocer algo que ya se veía venir. Pero también hay demasiadas prisas por llegar al poder. Desde que ZP entró no ha habido día sin tregua y así no funciona un país. La oposición ha ejercido una irresponsabilidad que no nos merecemos y quizá algún día ellos estén en la misma situación. Rajoy contribuye con su actitud a esa tarifa caníbal que consiste en la destrucción de la marca España en el mundo.
Alguien piensa, sin embargo, que los mercados son unos señores que se reúnen para fastidiar a uno u otro estado. Hay un mucho de película de buenos y malos y de ciencia-ficción y de mentira en todo esto. Los mercados son ese caníbal defensor de sí mismo, de sus intereses y de su dinero que invierte en la deuda pública de los países y espera obtener la mayor rentabilidad. Cualquiera de ustedes que tenga sus fondos en bonos puede ser ese caníbal, pero no son conscientes de que lo sean. Y así actúan los mercados y las sociedades de inversión especializadas buscando la máxima rentabilidad de su dinero en una espiral que no tiene fin.
Pero quién debería evitar esta debacle y este hundimiento de los países. La regulación se impone. A partir del 2013 sabemos que con la nueva fórmula ya no sucederá lo que sucede, pues supondrá que los inversores privados asumirán parte de las pérdidas en caso de un rescate, con lo que no recuperarían el 100% de su inversión. Ahora, sin embargo, esto no es posible y sabemos que estos ataques especulativos envían a la ruina a un país y lo hacen descender en su nivel de vida por generaciones introduciéndolo en la infrahistoria por los ataques de unos caníbales de mercadillo.
El capitalismo no entiende de derechos sociales. Hay un principio que sustenta la economía liberal mundial que nos gobierna que es la máxima rentabilidad de lo invertido sea a cambio de lo que sea. Mientras no exista una regulación del mercado, una gobernanza económica en el ámbito europeo y una coherencia en la construcción de la Unión estamos asistiendo a una comida de blancos, en la que los negros somos nosotros, los que vivimos de un bendito sueldo.

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Mar gruesa. Cataluña is different

Los que hemos vivido durante muchos años en Cataluña sabemos que es diferente. Y no por seguir el tópico que se aplicaba a España durante el franquismo, que también ellos fueron víctimas del mismo en su propia lengua. Sin embargo, también es cierto que Barcelona es muy diferente al resto de Cataluña. Frente al cosmopolitismo de la gran urbe y su cinturón industrial, existe una Cataluña profunda, casi monolingüe, que ignora o desprecia lo “español”, entendido como aquello que llega, como centralismo e imposición, fuera de sus lares y es ajeno a su lengua y a su cultura. Esta percepción y una larga historia de agravios que llega desde el advenimiento de los Borbones a España a comienzos del XVIII y la imposición de los Decretos de Nueva Planta (por el posicionamiento catalán en la Guerra de Sucesión a favor de la dinastía austriaca y contrario a la borbona) que causaron un gran malestar en la incipiente burguesía, y desde entonces un ultraje histórico.
Podemos hablar en serio de Cataluña o podemos hablar como lo hacen algunos partidos políticos tildando a todos los catalanes de separatistas, egocéntricos e insaciables, tanto como gentes que emplean el agravio histórico como arma para conseguir todo.
El problema de estos análisis simplistas y toscos siempre ha sido la proporcionalidad, la demonización, la incomprensión, el aislamiento… así como la falta de ecuanimidad en el análisis, porque las partes analizantes tienen interés en acometer o preservarse. En estos términos, la historia de Cataluña y la historia de España en general ha estado marcada por el encuentro-desencuentro. Durante la Guerra Civil, por ejemplo, los dirigentes catalanes no estuvieron a la altura de la historia, como recordaba Azaña en sus memorias (y le hicieron la vida imposible, a pesar del especial interés hacia ellos del intelectual presidente de la República), y se perdió una oportunidad.
El problema de Cataluña siempre ha sido, pues, el equilibrio, la proporcionalidad, la puesta en funcionamiento de la razón de ser y su ausencia, y el no tener en cuenta más lo que nos une que lo que nos separa.
Ahora, durante estas próximas elecciones, los partidos políticos catalanes tendrán oportunidad de ser conscientes de ello y no jugar con los ciudadanos a despertarles bajos instintos ancestrales y efluvios de odio y rencor.
El odio y el rencor ha de ser administrado en pequeñas dosis porque su fetidez acaba por matar al mejor pueblo.
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