MAR GRUESA
INDEPENDENCIA
F. MORALES LOMAS
Ayer se escenificó un acto anunciado: el comienzo de la independencia.
Un grupo de políticos nacionalistas iluminados, con perentoria solemnidad
y como si dieran comienzo a las fiestas de la Mercé, principiaron el proceso
con estas dos preguntas: “¿Quiere usted que Cataluña sea un estado?” “¿Quiere
usted que Cataluña sea un estado independiente?”
La novedad está en las preguntas porque ya sabemos de antiguo que tanto
el nacionalismo español como el nacionalismo catalán se han estado siempre
mirando de espaldas, azuzándose las emociones (que son invariablemente
irracionales) y jugando al plebiscito de lo sublime e incorpóreo y no a la
razón, que une a los pueblos.
La esencia del nacionalismo, como dijo Ortega y Gasset, es la negación
del otro, que no nos afecten las esperanzas o necesidades de los otros y se
impugne la solidaridad con ellos para auxiliarlos en su afán. Se han azuzado
los sentimientos para generar resentimientos. La historia es larga y tortuosa.
No obstante, a pesar de la perentoria osadía del acto de ayer, todavía
queda mucho para llegar al de Lluis Companys el 6 de octubre de 1934, pero se
va acercando el momento. Entonces se proclamó el estado catalán dentro de la
República Española. Ahora se busca el estado catalán dentro de la Unión
Europea.
En el perspicaz planteamiento de ambas preguntas, los redactores de las
mismas quieren (al final del proceso) haber ganado algo. Son conscientes de que
la independencia (ya lo dijo Pujol hace poco) es imposible pero sí buscan un
primer paso: el reconocimiento de Cataluña como estado; acaso, como diría
Companys, dentro del estado español o en una confederación con el estado
español.
En el caso hipotético de que hubiera posibilidad de expresar una respuesta
(Rajoy ha dicho que no habrá consulta), en las dos preguntas subyacen
evidentemente sendas ideas: si la respuesta es positiva a ambas preguntas, se
expresaría la voluntad de total autodeterminación y la ruptura de los lazos que
siempre han existido. Desde luego, muy ingenuos deben de ser los políticos
catalanes para pensar en esta posibilidad y las encuestas tampoco la auguran.
Ahora bien, podría suceder que el electorado afirmara positivamente el sí a
constituirse en estado y el no a ser un estado independiente. Lo que permitiría
a los nacionalistas una negociación desde un estado de fuerza. Perciben una
debilidad central en una situación de crisis y quieren aprovecharla.
Es evidente, como dice Giddens, que durante la época de crisis económica
y social, los nacionalismos y los extremismos (el repunte de los fascismos es
evidente en Europa) se dan la mano y tratan de convencer al electorado de que
sus males económicos finalizarán si son independientes al albur de un idealismo
sentimental de parvulario. Está claro que estamos ante una mentira histórica
que puede estallar en las manos de su creador. El tiempo lo dirá.