El silencio es algo que tiene muchos adeptos últimamente. Hay mudos de devoción y mudos de convicción o de conveniencia. Los hay con sotana y los hay con gafas y barba. Los de devoción, si te descuidas te ponen mirando para Alicante. Los de convicción o conveniencia tienen el peligro de mirar para otro sitio cuando se trata de juzgar a los de su banda. Todo lo perdonan, todo lo callan, todo lo desvían. Ah, pues mire usted, dice el mudo de conveniencia, es que eso ahora no toca.
Ayer, hoy y mañana hubo, hay y habrá pederastia con hábitos más o menos negros. Siempre ha habido un señor que, en nombre, del Señor, quiere convencer a un chiquillo de algo, por ejemplo, de que le toque los cataplines. Son cosas que pasan. A eso lo llaman demonio o carne, que es lo mismo, pero otros, más o menos obispos o arzobispos, lo llaman desviaciones, descuidos, descarríos, extravíos… Ahora algunos hombres de hábito llaman así a los delitos del artículo 181 del Código Penal: abusos sexuales. El lenguaje es un instrumento perverso. Ya se sabe que lo inventó el diablo. Por eso, la mayor parte de los escritores, siguen sus dictados. De ahí que la máxima autoridad vestida de blanco, como la paloma, guarde silencio. Y es que el silencio no ofende. ¿Cómo puede ofender un mudo? ¡Dios nos libre de los mudos!
Los mudos de conveniencia no quieren hablar del caso Gürtel. Y si hablan le echan la culpa de lo robado a las malas artes de la policía, de la judicatura y del paro. ¡Zapatero, que nos va a llevar a la ruina! ¡Cuánto habla del paro la gente del caso Gürtel! ¡Lo que les interesará a ellos los parados! ¿Pensaban en ellos cuando daban contratos a dedo a sus secuaces con cargo al erario público? ¡Ay los mudos de convicción! Cada vez que hablan ponen un huevo. Estamos esperando que Rajoy lo coloque.
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