DIARIO DE UN ESPAÑOL CONFINADO
F. MORALES LOMAS
EL
DÍA DESPUÉS
F.
MORALES LOMAS
En un tiempo razonable habrá un día
después para la mayoría. Y siempre un sentido adiós para los que murieron en el
frente.
¿Habrá servido de algo entonces tanta
muerte, tanta desolación, tanta clausura?
Este calabozo servirá a la humanidad
durante unos días para reflexionar, para profundizar en nuestro modo de vida,
para percibir que la humanidad ya es solo una, y que o todos nos salvamos o
todos nos condenamos. Surgirá entonces, de pronto, una palabra que desapareció
hace tiempo: solidaridad. ¿Por cuánto tiempo?
Ha llegado obligatoriamente la
universalización del dolor.
Cuando aparecieron las primeras muertes en
China, todavía eran muertes digitales. Muertes distópicas. Fáciles de asumir:
eran imágenes y sabemos que las imágenes mienten. Eran muertes ajenas, las de
unos orientales que estaban a miles de kilómetros, que no guardaban las mínimas
condiciones higiénicas y vendían animales contaminados sin control. ¿Qué se
podía esperar de gente que se come a los gatos y a los perros sin mirarles el
carnet de identidad? Como diría Jean Paul Sartre, hasta hace muy poco el
enemigo eran los otros, y estaban lejos.
Después la pandemia se extendió por el
mundo y ahora el enemigo es nosotros mismos. Eres tú y soy yo. Todos podríamos
estar contaminados o somos susceptibles de estarlo.
Rápidamente nos hemos dado cuenta de
nuestra absoluta ignorancia, de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad ante algo tan nimio como un “ser” que ni
siquiera vemos, que es tan banal que solo a través de un microscopio podemos
observarlo.
¿A qué nos estamos enfrentando?
¿Acaso a nosotros mismos, a nuestros
propios miedos, a nuestra propia inconsistencia humana, a la soledad ante la
incertidumbre?
Pero de todas las muertes, de todos los holocaustos,
de todas las desgracias propias y ajenas
se deberían extraer enseñanzas éticas y morales. Y, sobre todo, enseñanzas
universales para toda la humanidad. ¿Lo haremos?
Al mismo tiempo, nace el discurso del
miedo, el discurso de la mentira, el discurso de las acusaciones: los chinos
han creado en un laboratorio el virus para exportar más tarde mascarillas y respiradores
a todo el mundo; o han sido los americanos quienes “ensartaron” el coronavirus en
China para seguir al frente del mundo.
La realidad es mucho más simple, nuestra
fragilidad es grande. Esta es la realidad. Cuando nos creíamos vencedores de la
muerte y la eternidad ha llegado el coronavirus para colocarnos donde siempre:
en nuestra futilidad.
Cuando esta pandemia finalice podrá volver
a estallar otro tipo. Hace cien años la gripe española causó más de cincuenta
millones de muertos, y ahora, al cabo de un siglo, seguimos en el mismo lugar.
Si lográramos al menos ponernos de acuerdo
en actuar al unísono ante una epidemia de estas características en el futuro y
poner a todos los científicos a trabajar en la misma dirección una vez
detectados los casos, o invertir más en investigación y ciencia, o no dejarnos
llevar por un consumo exorbitado que está diezmando el planeta… habrá servido
de algo tanta desolación, tanta muerte, tanto desempleo, tanta miseria.
Pero la historia nos dice que el cerebro
del ser humano está fabricado de una materia especial y evoluciona muy
lentamente. Todavía no ha llegado el momento de desarrollo que nos permita alcanzar
metas más elevadas basadas en la defensa de la humanidad en su conjunto a
través de mecanismos de solidaridad. ¿Haría falta una constitución universal?
Como ha sucedido en otros momentos de la
historia, me temo que todas estas muertes no van a servir absolutamente para
nada. Volveremos después del verano al punto de salida.
Estamos realmente ante una tragedia
griega: Sísifo en su lucha contra su propio destino, subiendo una y otra vez la
piedra y cayendo una y otra vez. Sísifos nadando en el desasosiego.
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