MAR GRUESA
LA MARCHA DE LA DIGNIDAD
F. MORALES LOMAS
La dignidad siempre ha tenido un recorrido muy largo tras ser despojados
de todo. Nos pueden quitar el trabajo, el seguro de desempleo o la casa pero
nunca la dignidad, ese “algo” que nos
merecemos y define como personas, ese valor especial que nos hace
únicos. Es el último escalón que nos queda antes de llegar al estadio de
primate.
La dignidad es un último estertor. El grito de Munch. Aquel grito
postrero y necesario que lleva a las personas al límite. Y es que existe el
criterio de hacernos pasar de pobres a esclavos, último eslabón del
sometimiento a la violencia del hombre.
Cada persona es ese “pequeño dios del mundo” del que hablaba Goethe en su
Fausto, y más químicamente ese conjunto de agua, calcio y moléculas casi
idénticas, con una etiqueta colectiva diferente, que diría Sagan. Pero todas
tenemos una dignidad a la que agarrarnos como a un clavo ardiendo.
Este fin de semana confluyen en Madrid 150 colectivos que al unísono han
preparado desde este verano la marcha de la dignidad. Con esta marcha se quiere
visualizar la protesta de una parte de la sociedad ante la situación de
deterioro social y económico, la degradación política y la deriva de una
sociedad que ha perdido en pocos años importantes conquistas históricas.
Frente a ello, la clase política ha inyectado en el sistema miles de
millones de euros para salvar a los bancos y especuladores. Se pide que no se
pague la deuda, un empleo digno, una renta básica y la recuperación de los derechos
sociales… Muchos de estos derechos eran
los que pedíamos durante los primeros años de la transición, además de la
vuelta a un sistema democrático.
Habría que decir que también hoy día el sistema democrático está
pervertido, desde el momento en que no existe responsabilidad por
incumplimiento de los programas con los que los partidos se presentan a las
elecciones.
Siempre les quedará la posibilidad de decir que “los mercados” son los
culpables de los recortes en sanidad, educación, cultura y ayudas sociales a
dependientes y necesitados. Los mercados son ese “gobierno de nadie” que no se
identifica con persona alguna y que puede resultar, como dijo la filósofa
Hannah Arendt, una de las versiones más crueles y tiránicas de la burocracia
que nos gobierna.
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