MAR
GRUESA
ÉBOLA
F. MORALES LOMAS
Surgiendo desde la nada hemos alcanzado las más
altas cimas de la miseria. Y es que a perro flaco todo son pulgas quizá porque
nos ha mirado un tuerto con inquina. Si no teníamos bastante con la crisis, el
desempleo, la pérdida del estado de bienestar, Mas, las tarjetas negras y todo
tipo de corruptelas en múltiples ámbitos
de la vida política, llega una maldición: el ébola.
El ébola es como la gran metáfora de la vida
contemporánea. Una especie de interrogación vírica que nos devuelve a nuestras
propias miserias y nos apunta más alto: a la muerte, ese camino irreversible.
El ébola es algo que no se ha querido ver. Todos los europeos han permanecido
ciegos (hemos permanecido), como los personajes de Saramago, mientras miles de
personas morían encerrados en ese bucle aciago del camino sin retorno. Hemos
creído que estaban lejos, demasiado lejos para atrevernos a ayudarlos con
nuestros recursos humanos y nuestros euros de conmiseración.
África fue el origen de la humanidad y durante
mucho tiempo es el espejo en el que contemplar nuestra propia degradación como
individuos que habitan sociedades ricas, pulcras y organizadas.
Ahora ya nos va doliendo África en la carne y
en la sangre de la mujer contaminada de ébola. Ahora sí. Ahora pedimos el
perdón de nuestras vilezas, nuestra improvisación, nuestro mirar hacia otro
lado. El ébola no es un hilillo de plastina ni es el bichito aquel del ministro
Sancho Rof en el aceite de colza. No éramos inmunes. No lo somos.
El ébola es la punta del iceberg de nuestra
apatía ante una realidad que siempre no coge a traición.
Desde hace meses los enfermeros denunciaron
ante el juez que no había condiciones para atender a futuros enfermos de ébola
y, sin embargo, el gobierno tomó la decisión de ser humanitario. En julio de
2014 se notificó al juez de guardia de los juzgados de Plaza de Castilla una
comunicación del personal de enfermería de los servicios de urgencia del
hospital de la Paz en relación a la designación de este como centro de
referencia y en ese escrito ya se advertía de los peligros futuros.
Ahora que ya somos vulnerables, se trata de
ocultar la realidad, se esconde la improvisación, se busca una apostilla, un
protocolo que ha fallado, un político, un profesional…, el creyente reza en las
iglesias y muchos madrileños, españoles y europeos sostienen ya que El ensayo sobre la ceguera de José
Saramago ha cobrado vida: “Aquella noche, el ciego soñó que estaba ciego”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario