ANÁLISIS DE LA POLÍTICA ACTUAL

Sólo la crítica y la profundidad en el análisis de nuestro mundo nos devolverá el sentido último de la realidad y de nuestra existencia

sábado, 26 de diciembre de 2009

MAR GRUESA. EL HOMBRE REDONDO

Hay hombres que son redondos. A algunos los delata su buche o tragadero pero a otros los delata su cara, más o menos dura. Un hombre con las mejillas oblongas como una curva, con la nariz arqueada, la frente en semicírculo perfecto, las orejas lejos de esas orejas de lendakari nacionalista (tan harteras), unas orejas redondas, graciosas y afables, como todos los hombres curvilíneos dispuestos a oír al poder. Un hombre esférico que fue bien recibido por el gobierno. Lo llamaron el dialogante: ya se sabe que el diálogo es siempre en espiral. Después de Cuevas, otro hombre cilíndrico, aunque algo afilado, llegó el empresario del aire. Y fue aplaudido por sus curvas bellas y ese afán de sonreír más que el presidente de gobierno. Sólo que, a este tipo de personajes, los empresarios lo llaman mórbido, laxo, inconsistente.
A Díaz Ferrán algunos patrones lo daban por muerto ante su enajenación con las divagaciones sutiles y el embrujo excitante del buen chico de León. Díaz Ferrán era un hombre elíptico para el poder. Pero los hombres redondos también tienen aristas. Hasta el más ilustrado tiene un borrón. Y a este hombre que se había hecho a sí mismo y había volado hacia los aires, aquel hombre que de las Cuevas había hecho viento y lo había conquistado, de pronto, un día, le dice a Esperanza: chica, tú sí que vales; y no el de León.
A los hombres redondos les pueden salir ángulos, intersecciones y bisectrices. ¡Ah, las bisectrices! A Díaz Ferrán un día se le apareció la niña de Rajoy y lo conquistó. Dijo cosas que al poder no conmueven y sus amigos los patronos le ensalzaron tras haberlo vilipendiado: éste es el que queríamos, éste es nuestro mesías dando leña.
Y llegó la crisis, y llegó la ruptura del diálogo social y el hombre redondo se fue convirtiendo en una mosca cojonera, en un tabarro, en un hombre de hierro, inmarcesible al dolor y al sufrimiento de los parados. Y ahí acabó el idilio con el poder y con el chico de León.
Luego llegaron las quiebras del hombre redondo, sus abandonos, sus vuelos en picado, sus enjuagues a media luz, sus cicatrices, sus affaires inconfesables, su debilidad... Y el gobierno dijo, ésta es la mía. Y en estas estamos...

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