MAR GRUESA
REPÚBLICA O MONARQUÍA
F. MORALES LOMAS
Existe miedo a la libertad en la sociedad española contemporánea.
Como bien dijo Erich Fromm en un ensayo del mismo título, nuestra cultura
fomenta estas tendencias hacia el conformismo y se reprimen los sentimientos
espontáneos y, por lo tanto, el desarrollo de una personalidad genuina. En
nuestra sociedad se desaprueban las emociones. Ser emotivo se ha vuelto ser
enfermizo o desequilibrado. Y en estos momentos dejar que los sans culottes
expresen si quieren una monarquía o una república es una forma de encender esa
antorcha del sentimiento que se trata de reprimir.
La huida hacia delante de la monarquía, con el próximo enrocamiento del
nuevo rey Felipe VI, es un claro síntoma de que su mengua ha alcanzado unos
límites peligrosos. De diez ciudadanos ni cuatro la apoyaban. El rey se ha
tenido que ir, no ha tenido otro remedio. No ha abdicado, las encuestas “lo han
abdicado”. La sustitución veloz por un nuevo monarca es una forma de evitar la metástasis.
El patrimonio sentimental y afectivo recogido durante la transición y el golpe
militar se han dilapidado inútilmente.
España no es monárquica. Nunca lo ha sido. Si acaso, ha sido
juancarlista. Pero ha sido juancarlista porque ha creído sinceramente que el
artificio de la paz y la prosperidad de estos cuarenta años ha sido imputable a
él. Axioma que evidentemente no es cierto, aunque tenga su parte alícuota: sin
el concurso del PCE, CC.OO, U.G.T., PSOE y de la sociedad española en general
no hubiera sido posible. Las medallas hay que colgarlas equitativamente.
Juan Carlos I, al marcharse, ha abierto el melón de la república. Un
melón que siempre está ahí y ahora llega de nuevo. Los españoles tendrán todos
los defectos del mundo, pero son de ideas fijas: y una de estas es que no
quieren la monarquía. Por este motivo no se quiere referéndum. Si se produjera
el resultado está muy claro: los españoles votarían república y, al día
siguiente, el rey tendría que marcharse como lo hizo Alfonso XIII, y entraríamos
de nuevo en un proceso constituyente hacia la III República. Estos cambios
producen miedo al vacío.
Este imprevisible río revuelto en tiempos de crisis, con una tasa de paro
de seis millones, con un retroceso de la clase media que se ha empobrecido y
una caída en la exclusión de las clase populares ha aconsejado a los dirigentes
del PSOE echarle un capote a la monarquía (no porque crean en ella) como un
síntoma de que un futuro inconsistente no arreglaría la crisis actual e
introduciría una incertidumbre atroz.
Es evidente el miedo a la libertad y, sobre todo, el miedo al pasado: un
miedo que huele a ceniza.
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